lunes, 6 de abril de 2020

Para Meditar y Reflexionar en estos Momentos Aciagos de CUARENTENA MUNDIAL

Publicado anteriormente el martes, 21 de noviembre de 2017


Manly Palmer Hall

 y una de sus

 Aportaciones Filosóficas


Mientras más ignorante es el individuo más limitado es el campo de su expresión.

Por lo tanto, se dice que la persona ignorante está confinada dentro del anillo formado por la circunferencia exterior de su conocimiento.

En el individuo medio, esta inhibición es tan notoria que se le ha comparado a un sepulcro en el cual las divinas potencialidades yacen enterradas, esperando el llamado de la conciencia que libere al Ser aprisionado con el desarrollo del círculo del conocimiento.

Frecuentemente oímos que hay personas que tratan de vivir eternamente y en ciertas ocasiones, alguna publicación científica declara que no hay ninguna causa razonable de la muerte y que la gente debería vivir, por lo menos, quinientos años en buena salud.

Uno de los casos más patéticos que conocimos, fue el de un individuo que quería seguir viviendo por siempre y que, aun en el momento de su muerte, se revelaba contra la idea de la disolución física.

Esto nos lleva a un importante hallazgo, o sea, que:

la mortalidad no es nada más que la aceptación de la realidad de la muerte.

La muerte no es un proceso físico, sino un concepto intelectual.

La muerte no es el arrojar la envoltura física, ni la vida la perpetuación del cuerpo físico.

En los Misterios de la Pirámide, los sacerdotes egipcios, conociendo las fuerzas ocultas de la naturaleza, concertaban el envío del alma del neófito, en la forma de un ave, fuera de su cuerpo físico, a vagar durante tres días y sus noches por los campos Elíseos.

Al retornar a su forma física y despertar de su trance, el nuevo iniciado era declarado inmortal, no porque no se desprendería de su cuerpo físico cuando muriera, sino porque había comprendido que él no era su cuerpo y que su verdadero Ser es lo  realmente inmortal.

En la realización de esta inmortalidad él podía contemplar el futuro de un período ininterrumpido de conciencia, vida y actividad a través de innumerables milenios.

El ignorante ya está muerto.

Aquel que ha alcanzado las cimas más altas de la filosofía, vive eternamente, aun cuando su cuerpo sea quemado en la pira y sus cenizas arrojadas al mar.

Cuando Sócrates bebía la cicuta, Critón le dijo:

“Maestro, ¿Qué quieres que hagamos contigo después de muerto?”

Y Sócrates contestó:

Podéis hacer lo que os plazca si podéis agarrarme; 

¡Pero, tened cuidado que no me escurra de entre vuestros dedos!”.

El individuo que sólo vive la vida física no ha desarrollado las cualidades de su naturaleza superior y es incapaz de funcionar conscientemente en los mundos sutiles que están más allá de la tumba.

Cuando deja caer esta envoltura mortal, se sumerge, por lo tanto, en la inconsciencia, pues no construyó las facultades que le permitirían permanecer consciente en los planos superiores.

Sin embargo, cuando el filósofo iluminado desarrolla las facultades del alma y despierta sus poderes trascendentales, la muerte deviene sólo en una ilusión; porque, aunque su cuerpo físico muere, su conciencia no se altera por haberse separado conscientemente de su cuerpo.

 Continúa viviendo, pensando y sintiendo.

Habiendo entrado en la luz, permanece por siempre en la luz.

La inmortalidad consciente es el eterno premio para aquellos que alcanzan las más altas formas de entendimiento mental y espiritual.

Los griegos enseñaron que si el alma se centraba en la naturaleza sensual, era prisionera del cuerpo y por ello, moría con el cuerpo.


Pero, si el alma se elevaba durante la vida por sobre las cosas físicas e ilusorias, sobrevivía a la desintegración de su cuerpo y continuaba su búsqueda de la última Realidad.


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